Lisboa: la tentación de irse de tiendas. De cómo el euro ha acelerado la desindustrialización del sur europeo
Andy Robinson
Con su cúpula de cristal azul, el centro Colombo, en las afueras de Lisboa, es el centro comercial más grande del sur de Europa, dotado de 396 tiendas de marca, con Disney Store, Zara, Bershka, Toys r Us y parking para 6.800 coches. Es propiedad de la filial inmobiliaria de Sonae Sierra. Fundada hace medio siglo, Sonae Sierra fue primero fabricante de productos de madera, en gran parte para la exportación.
Competir era difícil en una economía históricamente débil y ya en proceso de globalización en la que la producción manufacturera de las grandes marcas multinacionales se desplazaba a Asia. Pero Portugal contaba al menos con una amplia oferta de mano de obra bastante barata y la opción de devaluar su divisa para mantener su competitividad.
Pero en los noventa y los 2000 una avalancha de capitales inundó Portugal y el resto de países periféricos de la eurozona, y sehizo más rentable invertir en el sector del ladrillo y en el comercio. Sonae compró cadenas de distribución y hostelería como los hipermercados Continente, los supermercados Modelo, las tiendas de comida rápida Bom Bocado, y Wells’, parafarmacia. En lugar de elevar la cadena de valor y pasar de la competitividad en costes a la competitividad en calidad, Sonae abandonó la industria.
Grupo Mello, astillero y manufactura, siguió la misma reconversión diversificando hacia las autopistas (Brisa), construcción, inmobiliaria y turismo. Americo Amorim –fabricante de corchos para el vino– fue reduciendo esa actividad para dedicarse al turismo inmobiliario. Y ha creado una filial financiera.
“Hubo fuertes incentivos para que el capital privado se invirtiera en sectores no expuestos a la competencia exterior; como los centros comerciales o las inmobiliarias”, dice José Reis, economista de la Universidad de Coimbra. Estas actividades rentistas dieron enormes beneficios, pero “han tenido un efecto nefasto sobre las balanzas externas”.
El abandono de la pequeña manufactura portuguesa se puso pronto de manifiesto con los gigantescos déficits por cuenta corriente (11,6% del PIB en el 2008). Algo parecido ocurrió en España (déficit del 10%) y Grecia (14,6%). Y ocurrió a pesar de la mayor apertura de estas economías; las exportaciones portuguesas subieron del 13% del PIB al 23% del PIB en el 2007 y España se convirtió en el primero mercado de las empresas portuguesas.
La raíz de la crisis de endeudamiento que azota el sur de la zona euro –también a Francia, aunque en menor media– está en las “pérdidas de cuota de mercado y la desindustrialización” frente a Alemania, afirma Patrick Artus en un informe del banco francés BPCE. El problema se ha agravado por “el desarrollo de servicios poco sofisticados y de baja productividad”. Tras una apreciación real del marco del 150% entre 1970 y 1996, Alemania logró de repente protección total frente a las devaluaciones del Sur. Para apretar más las tuercas, adoptó una política de recortes de salarios reales en empresas que ya eran mucho más productivas.
Aunque el turismo ayuda a contrarrestar el déficit por cuenta corriente, “es un sector de muy baja productividad y genera burbujas inmobiliarias”, afirma Ha Joon Chang, de la Universidad de Cambridge. Así ha sido en repetidas ocasiones en Florida, modelo de desarrollo que, no obstante, fue calificado de idóneo para España en una conferencia de Barclays celebrada en el IESE de Barcelona en el año 2007.
Antes de la creación del euro, la periferia se frotaba las manos ante la expectativa de captar capitales sin pagar tipos de interés desorbitados. Hoy el FMI sostiene que fue la abundancia de capital barato lo que dañó su competitividad. Los costes unitarios reales por unidad de producción aumentaron en países como Portugal, España, Irlanda y Grecia, donde “la rápida acumulación de capital fue financiada por condiciones expansivas de crédito, sobre todo en la construcción”, según un nuevo informe.
“Teníamos tipos reales negativos en la periferia y esto generó una fuerte demanda de non tradeables (bienes que no se exportan)”, afirma Vangelis Papachristos, diputado socialista en Grecia; “Esto provocó subidas de precios y salarios y perdimos competitividad”. En Alemania, en cambio, “los tipos reales no eran tan bajos ya que tenían menos inflación y apenas hubo inversión en la construcción; se canalizó al sector exportador”, añade.
Es la conclusión desastrosa de un proceso que supuestamente iba a acelerar la convergencia de productividad y costes en la zona euro. Durante los años de crecimiento, muchos economistas minimizaban el peligro de la dependencia de capitales externos ya que se sostenía que en una unión monetaria podían financiarse.
España, por lo menos, creció aunque impulsada por una burbuja insostenible en la vivienda. Portugal no rebasó una tasa de crecimiento medio del 1,5% en toda la década. El plan de ajuste del FMI y la UE empeorará este raquítico crecimiento forzando recortes el gasto que provocarán dos años de crecimiento negativo (restando el 4% del PIB). Según Poul Thomsen, jefe del FMI en la periferia, “hay que trasformar toda la estructura de costes, sobre todo salarios, en el sector de la exportación, lo que es un problema muy grave en un país con una tasa fija de cambio”.
Antes de la unión, los impulsores del euro insistían en que las devaluaciones no proporcionaban competitividad sostenible al generar inflación. Un euro duro les forzaría a competir mejor. Ahora, desde la perspectiva actual provoca incluso nostalgia el margen de que disponían los países deficitarios gracias a sus devaluaciones.
La Vanguardia, 26 de junio de 2011, pág. 81
Con su cúpula de cristal azul, el centro Colombo, en las afueras de Lisboa, es el centro comercial más grande del sur de Europa, dotado de 396 tiendas de marca, con Disney Store, Zara, Bershka, Toys r Us y parking para 6.800 coches. Es propiedad de la filial inmobiliaria de Sonae Sierra. Fundada hace medio siglo, Sonae Sierra fue primero fabricante de productos de madera, en gran parte para la exportación.
Competir era difícil en una economía históricamente débil y ya en proceso de globalización en la que la producción manufacturera de las grandes marcas multinacionales se desplazaba a Asia. Pero Portugal contaba al menos con una amplia oferta de mano de obra bastante barata y la opción de devaluar su divisa para mantener su competitividad.
Pero en los noventa y los 2000 una avalancha de capitales inundó Portugal y el resto de países periféricos de la eurozona, y sehizo más rentable invertir en el sector del ladrillo y en el comercio. Sonae compró cadenas de distribución y hostelería como los hipermercados Continente, los supermercados Modelo, las tiendas de comida rápida Bom Bocado, y Wells’, parafarmacia. En lugar de elevar la cadena de valor y pasar de la competitividad en costes a la competitividad en calidad, Sonae abandonó la industria.
Grupo Mello, astillero y manufactura, siguió la misma reconversión diversificando hacia las autopistas (Brisa), construcción, inmobiliaria y turismo. Americo Amorim –fabricante de corchos para el vino– fue reduciendo esa actividad para dedicarse al turismo inmobiliario. Y ha creado una filial financiera.
“Hubo fuertes incentivos para que el capital privado se invirtiera en sectores no expuestos a la competencia exterior; como los centros comerciales o las inmobiliarias”, dice José Reis, economista de la Universidad de Coimbra. Estas actividades rentistas dieron enormes beneficios, pero “han tenido un efecto nefasto sobre las balanzas externas”.
El abandono de la pequeña manufactura portuguesa se puso pronto de manifiesto con los gigantescos déficits por cuenta corriente (11,6% del PIB en el 2008). Algo parecido ocurrió en España (déficit del 10%) y Grecia (14,6%). Y ocurrió a pesar de la mayor apertura de estas economías; las exportaciones portuguesas subieron del 13% del PIB al 23% del PIB en el 2007 y España se convirtió en el primero mercado de las empresas portuguesas.
La raíz de la crisis de endeudamiento que azota el sur de la zona euro –también a Francia, aunque en menor media– está en las “pérdidas de cuota de mercado y la desindustrialización” frente a Alemania, afirma Patrick Artus en un informe del banco francés BPCE. El problema se ha agravado por “el desarrollo de servicios poco sofisticados y de baja productividad”. Tras una apreciación real del marco del 150% entre 1970 y 1996, Alemania logró de repente protección total frente a las devaluaciones del Sur. Para apretar más las tuercas, adoptó una política de recortes de salarios reales en empresas que ya eran mucho más productivas.
Aunque el turismo ayuda a contrarrestar el déficit por cuenta corriente, “es un sector de muy baja productividad y genera burbujas inmobiliarias”, afirma Ha Joon Chang, de la Universidad de Cambridge. Así ha sido en repetidas ocasiones en Florida, modelo de desarrollo que, no obstante, fue calificado de idóneo para España en una conferencia de Barclays celebrada en el IESE de Barcelona en el año 2007.
Antes de la creación del euro, la periferia se frotaba las manos ante la expectativa de captar capitales sin pagar tipos de interés desorbitados. Hoy el FMI sostiene que fue la abundancia de capital barato lo que dañó su competitividad. Los costes unitarios reales por unidad de producción aumentaron en países como Portugal, España, Irlanda y Grecia, donde “la rápida acumulación de capital fue financiada por condiciones expansivas de crédito, sobre todo en la construcción”, según un nuevo informe.
“Teníamos tipos reales negativos en la periferia y esto generó una fuerte demanda de non tradeables (bienes que no se exportan)”, afirma Vangelis Papachristos, diputado socialista en Grecia; “Esto provocó subidas de precios y salarios y perdimos competitividad”. En Alemania, en cambio, “los tipos reales no eran tan bajos ya que tenían menos inflación y apenas hubo inversión en la construcción; se canalizó al sector exportador”, añade.
Es la conclusión desastrosa de un proceso que supuestamente iba a acelerar la convergencia de productividad y costes en la zona euro. Durante los años de crecimiento, muchos economistas minimizaban el peligro de la dependencia de capitales externos ya que se sostenía que en una unión monetaria podían financiarse.
España, por lo menos, creció aunque impulsada por una burbuja insostenible en la vivienda. Portugal no rebasó una tasa de crecimiento medio del 1,5% en toda la década. El plan de ajuste del FMI y la UE empeorará este raquítico crecimiento forzando recortes el gasto que provocarán dos años de crecimiento negativo (restando el 4% del PIB). Según Poul Thomsen, jefe del FMI en la periferia, “hay que trasformar toda la estructura de costes, sobre todo salarios, en el sector de la exportación, lo que es un problema muy grave en un país con una tasa fija de cambio”.
Antes de la unión, los impulsores del euro insistían en que las devaluaciones no proporcionaban competitividad sostenible al generar inflación. Un euro duro les forzaría a competir mejor. Ahora, desde la perspectiva actual provoca incluso nostalgia el margen de que disponían los países deficitarios gracias a sus devaluaciones.
La Vanguardia, 26 de junio de 2011, pág. 81
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