San Mateo y el Titanic. La inmensa mayoría de barrios, taxis, escuelas, clubs y pubs de Belfast siguen divididos por la religión
Rafael Ramos
A pocos centenares de metros, turistas norteamericanos desembarcan de un resplandeciente crucero en el puerto de Belfast –el mismo donde hace un centenar de años se botó el Titanic–, el punto de partida de un recorrido por una nueva y más próspera Irlanda del Norte que, a los ojos del mundo, ya no es el símbolo de la mendicidad, el sectarismo y la violencia. Pero en el Short Strand, un pequeño enclave católico en la inmensidad protestante del este de Belfast, las cosas son todavía de otra manera.
Por mucho que los políticos hayan hecho las paces, el Short Strand sigue en guerra. Sus pequeñas calles residenciales, muchas de ellas cul-de-sac que acaban en el enorme muro que separa a republicanos de lealistas como si fuera el Berlín de la guerra fría, son las trincheras. Al atardecer, los pensionistas, parados y madres solteras que viven en las modestas casitas adosadas de ladrillo rojo enchufan las mangueras de los pequeños patios y jardines, por si al enemigo le da por lanzar bombas incendiarias desde el otro lado de la tapia. Los adolescentes acumulan piedras y todo tipo de proyectiles para responder en consonancia. La mayoría de noches no pasa nada, pero nunca se sabe.
Esta semana sí han pasado cosas, como en los viejos tiempos (tres personas resultaron heridas en los enfrentamientos, entre ellas un fotógrafo de prensa), sin que se sepa muy bien por qué. “Sobre todo –explica Nigel, un vecino católico que lleva más de treinta años en el barrio– por aburrimiento. Arrojar bombas de gasolina es una de las diversiones favoritas de los gamberros que viven al otro lado del muro, a ver si alguna entra por la ventana, prende las cortinas y arde una casa”.
El Short Strand es un callejón sin salida, tanto en sentido real como figurado. En sentido real, ya que está rodeado por el río Lagan, los astilleros del puerto y la Newtownards Road, una de las principales arterias del este de Belfast. Y en sentido figurado, ya que sólo viven aquí quienes no pueden permitirse hacerlo en un lugar mejor porque carecen de recursos, porque en su día compraron una casa que se ha devaluado hasta el punto de ser casi imposible de colocar en el mercado, o porque se trata de la única vivienda subvencionada que pueden conseguir. La excepción son unos cuantos nostálgicos –como Nigel– que no quieren marcharse del lugar donde han pasado toda la vida, y unos cuantos jóvenes guerreros a los que les va la marcha.
Del otro lado de la muralla de la paz (el eufemismo que se utiliza para referirse a los muros de cemento y metal que separan a los habitantes de los barrios más conflictivos de Belfast) las cosas se ven por supuesto de otra manera. La mera existencia de una comunidad católica en una zona protestante es considerada como una provocación, lo mismo que las banderas tricolor irlandesas que asoman por las ventanas o están izadas en los tejados. Pero a los lealistas les ofende sobre todo la presencia de la iglesia de San Mateo, el centro mismo de la comunidad, que tiene un lugar destacado en la historia de los troubles (la violencia sectaria).
Belfast, a pesar del proceso de paz, sigue siendo una ciudad a todos los efectos segregada, sobre todo en las escalas económicas y sociales más bajas. La inmensa mayoría de barrios, escuelas, clubs deportivos y pubs son católicos o protestantes. Las compañías de taxis están divididas según la religión y afiliación políticas de sus clientes.
Tan sólo los extranjeros, algunos intelectuales que están por encima de las batallas sectarias y los millones escapan a una identidad marcada a fuego y viven en zonas mixtas. Para la inmensa mayoría de personas, los únicos espacios de convivencia con el otro son el trabajo y los centros comerciales. Es por eso que la iglesia de San Mateo –descrita en su página web como un “símbolo de la batalla contra la pobreza, el desempleo y el sectarismo”– es motivo de tanta irritación.
Los protestantes consideran que una vez cruzado el río Lagan por el Albert Bridge comienza su territorio, es su Checkpoint Charlie. No hay ningún cartel a la vista que diga “entra usted en el Belfast lealista”, pero todo el mundo lo sabe. El problema es que, desde su consagración en 1831, la iglesia domina el paisaje que se ve desde la carretera y trae muchos recuerdos, no necesariamente agradables (sus terrenos fueron el escenario en 1970 de una batalla a tiro limpio que algunos historiadores consideran el momento fundacional de los provisionales del IRA como defensores de la fe). La hostilidad es tanta que su fachada ha sido cubierta de grafitis con expresiones obscenas en pintura blanca, azul y roja (los colores de la Union Jack), y que los feligreses no entran por la puerta principal, sellada a cal y canto, sino por la parte trasera para evitar incidentes.
Particularmente ofensivo les resulta que el Short Strand esté pegado a los astilleros, donde todos los trabajadores que construyeron a principios del siglo pasado el Titanicymuchos otros barcos eran protestantes. Lo mismo que en Glasgow, en el puerto no trabajaban los católicos.
“La presencia aquí de los republicanos es un anacronismo histórico –comenta el encargado de un pub de la Newtownards Road que prefiere que su nombre y su desacuerdo con la limpieza religiosa no salga en la prensa extranjera–. Habría que trasladarlos a otro sitio y dar sus casas a la gente de aquí, que buena falta hace”.
El proceso de paz no ha traído la prosperidad económica a los protestantes que rodean el Short Strand. Nunca fue un barrio próspero, pero la recesión económica ha llevado a la quiebra numerosos negocios, y parte del paisaje son locales comerciales vacíos, con las puertas y ventanas recubiertas de planchas metálicas o de cartón piedra.
El índice de paro en esta zona es unode los más altos de la capital de la provincia y muchos de sus habitantes son jóvenes sin educación y con problemas de droga y delincuencia, que buscan su identidad en grupos paramilitares lealistas de la Fuerza de Voluntarios del Ulster, instigadores de la violencia de esta semana (a la que se sumaron con gusto disidentes republicanos), organizada a través de Facebook y otras redes sociales. El mensaje era muy simple: “Piedras, bombas incendiarias, clavos, cócteles molotov: esta noche vamos a montar el pollo”. Y así fue.
- Sombras de ayer. Vuelven los murales.
Imágenes del futbolista George Best y el escritor C.S. Lewis habían reemplazado a los paramilitares en los famosos murales, un atractivo turístico de Belfast. Pero ante las crecientes tensiones, los soldados vuelven a las tapias con un mensaje firmado por la Fuerza de Voluntarios del Ulster: “Somos los peregrinos, mi señor, y todavía tenemos camino por delante”.
La Vanguardia, 26 de junio de 2011, págs. 13-14
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