Arte fungible (Valentí Puig)
El vacío que es la sustancia misma de la posvanguardia ha logrado en ciudades como Barcelona institucionalizarse hasta tal punto que monopoliza incluso su propio cuestionamiento. Esa ha sido la falacia: o mantenerse en la vanguardia por avejentada que esté o ceder ante un nuevo arte pompier como una pataleta de acuarelista de fin de semana. Es falacia porque lo que más se asemeja al concepto pompier es la vanguardia. En algún momento, quedó decidido que la obra de arte ya no tenía por qué pretender durar, permanecer, alcanzar una cierta intemporalidad, como ocurría en siglos pasados. Y los nuevos museos se han convertido en el escaparate de ese vacío, de formas deliberadamente fungibles y banales, por fuerza alejadas de la cuestión humana.
Lo denuncia de nuevo un crítico de tanto saber como Jean Clair, en el reciente libro El invierno de la cultura. Comienza con una cita devastadora de Karl Kraus: “Cuando el sol de la cultura está bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes sombras”. Los bloques arquitectónicos de la nueva museística ya son el páramo de nadie. Clair habla de modernidad amnésica. Ha logrado una desolada hegemonía un arte que no tiene memoria, ni símbolos, ningún sentido por descubrir ni ninguna emoción por sentir. No es casual que si regresamos a alguna consideración de lo clásico es sólo como parangón de lo radicalmente nuevo, hasta más allá del minimalismo y de la performance, hasta el excremento entubado como única forma de civilización merecedora de permanencia.
Como en todos los ensayos anteriores del crítico Jean Clair, al igual que sus espléndidos dietarios, el rigor es demoledor. En El invierno de la cultura, recuerda la propuesta del surrealismo que consistía en salir a la calle revólver en mano y liarse a tiros con la gente, al azar. Dice Clair que, ocupados en celebrar tanta audacia, olvidamos medir el horror de la propuesta. Lógica destructora de la vanguardia. Ese segundo manifiesto surrealista se publica en 1929, el año del crack, año del primer plan quinquenal en la Unión Soviética, y es contemporáneo con la llegada del fascismo a Italia y el momento en que el movimiento nazi comenzaba a ganar votos. “Los revólveres, en efecto, se exhiben cada vez más en el cinto de los humanos, esperando ser de utilidad”, dice Clair.
Esa ejemplaridad de la trasgresión, de ambigüedad tan funesta, llega hasta nuestros días, se convierte en museo y se institucionaliza. El dinero del contribuyente paga para que aquel revólver surrealista suplante lo poco de sagrado que todavía quedaba en el arte. Es cosa de todos los días. Es el consenso de críticos, marchantes, museos y coleccionistas en torno al vacío. Es el eclipse de la obra de arte, el eclipse de la belleza. La vanguardia, por definición, es el visado para dejar inacabada la obra de arte.
La Vanguardia, 9 de julio de 2011, pág. 32
Lo denuncia de nuevo un crítico de tanto saber como Jean Clair, en el reciente libro El invierno de la cultura. Comienza con una cita devastadora de Karl Kraus: “Cuando el sol de la cultura está bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes sombras”. Los bloques arquitectónicos de la nueva museística ya son el páramo de nadie. Clair habla de modernidad amnésica. Ha logrado una desolada hegemonía un arte que no tiene memoria, ni símbolos, ningún sentido por descubrir ni ninguna emoción por sentir. No es casual que si regresamos a alguna consideración de lo clásico es sólo como parangón de lo radicalmente nuevo, hasta más allá del minimalismo y de la performance, hasta el excremento entubado como única forma de civilización merecedora de permanencia.
Como en todos los ensayos anteriores del crítico Jean Clair, al igual que sus espléndidos dietarios, el rigor es demoledor. En El invierno de la cultura, recuerda la propuesta del surrealismo que consistía en salir a la calle revólver en mano y liarse a tiros con la gente, al azar. Dice Clair que, ocupados en celebrar tanta audacia, olvidamos medir el horror de la propuesta. Lógica destructora de la vanguardia. Ese segundo manifiesto surrealista se publica en 1929, el año del crack, año del primer plan quinquenal en la Unión Soviética, y es contemporáneo con la llegada del fascismo a Italia y el momento en que el movimiento nazi comenzaba a ganar votos. “Los revólveres, en efecto, se exhiben cada vez más en el cinto de los humanos, esperando ser de utilidad”, dice Clair.
Esa ejemplaridad de la trasgresión, de ambigüedad tan funesta, llega hasta nuestros días, se convierte en museo y se institucionaliza. El dinero del contribuyente paga para que aquel revólver surrealista suplante lo poco de sagrado que todavía quedaba en el arte. Es cosa de todos los días. Es el consenso de críticos, marchantes, museos y coleccionistas en torno al vacío. Es el eclipse de la obra de arte, el eclipse de la belleza. La vanguardia, por definición, es el visado para dejar inacabada la obra de arte.
La Vanguardia, 9 de julio de 2011, pág. 32
1 comentarios:
A las 26 de septiembre de 2013, 18:23 ,
Anónimo ha dicho...
Cual creen que es la tesis que defiende el autor?
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