La inhumación del zapaterismo (Lucía Méndez)
«Romanos, compatriotas y amigos, a inhumar a César vengo, no a ensalzarle». El espléndido discurso de Rubalcaba que ha reconfortado el alma del PSOE bien podría haber empezado como la oración fúnebre de Marco Antonio ante el cuerpo sin vida de Julio César en las escaleras del Capitolio, tal y como lo imaginó Shakespeare. Habrá un antes y un después del discurso de Rubalcaba, había dicho el presidente. En efecto, el antes era él y ha quedado definitivamente atrás.
La primera escena de la consagración de Rubalcaba fue premonitoria. Zapatero no sabía qué hacer con las manos ni con el cuerpo cuando entró en el escenario en compañía del candidato. No podía levantar la mano para saludar porque a quien aplaudían, por primera vez en 11 años, era a otro. «Presidente, presidente», gritaban y no se referían él. Sonreía mirando sin saber a dónde.
Una vez el protagonista se hizo dueño de la escena, despachó la oración fúnebre de su antecesor en un pis pas, volviendo a la noche en la que Zapatero se diluyó en los mercados y su corazón empezó a latir al ritmo de la prima de riesgo. La noche del 9 de mayo de 2010, recordó su sucesor, habló con él muchas veces –dijo él, no presidente– y no estaba preocupado por su futuro, ni por el del PSOE. «Sólo decía: ‘No nos puede pasar lo que le va a pasar a Grecia porque lo pagarán varias generaciones de españoles’. Gracias por todo, José Luis». Zapatero se levantó de su silla de militante y recibió los aplausos con una emoción contenida. A su lado, Sonsoles, que fue la que realmente se emocionó, casi al borde de las lágrimas.
El PSOE procedió ayer a la inhumación del zapaterismo sin derramar una lágrima y sin sentimiento de culpa. Una mañana del mismo mes de julio que le aupó hace 11 años al liderazgo en el mismo escenario. «Todos lo amasteis una vez, y no sin causa. ¿Qué razón, pues, detiene ahora vuestro llanto?», decía Marco Antonio a los romanos. La razón en este caso es muy sencilla. Los socialistas han sufrido una regresión a su pasado con muy buena gana. Han arrancado las hojas del calendario hasta regresar a la generación que mandaba hace 11 años. Allí estaba José Bono, el enlace entre una y otra época, para certificar el regreso a las esencias.
El público se rindió ante lo bien que habla Rubalcaba, como los romanos se rindieron ante el verbo de Marco Antonio. El discurso fue bueno, de brillante conferenciante, pero sin emoción, sin autocrítica, sin traspasar la tarima de profesor. Alabaron su afán pedagógico, sus exigencias a los bancos, el abandono de la vieja consigna del miedo a la derecha, su giro a la izquierda después del sufrimiento de las bases con el volantazo reformista de Zapatero.
«La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo antiguo fenece y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos», anotó Gramsci en su cuaderno en una cárcel de Bari. Lo antiguo ha fenecido en el PSOE. Lo nuevo ya veremos si nace después de las generales. En cuanto a síntomas mórbidos, el saludo de Rubalcaba y Chacón fue interrumpido por quienes realizaban la señal que emitían las pantallas del Palacio de Congresos.
El Mundo, 10 de julio de 2011, pág. 6
La primera escena de la consagración de Rubalcaba fue premonitoria. Zapatero no sabía qué hacer con las manos ni con el cuerpo cuando entró en el escenario en compañía del candidato. No podía levantar la mano para saludar porque a quien aplaudían, por primera vez en 11 años, era a otro. «Presidente, presidente», gritaban y no se referían él. Sonreía mirando sin saber a dónde.
Una vez el protagonista se hizo dueño de la escena, despachó la oración fúnebre de su antecesor en un pis pas, volviendo a la noche en la que Zapatero se diluyó en los mercados y su corazón empezó a latir al ritmo de la prima de riesgo. La noche del 9 de mayo de 2010, recordó su sucesor, habló con él muchas veces –dijo él, no presidente– y no estaba preocupado por su futuro, ni por el del PSOE. «Sólo decía: ‘No nos puede pasar lo que le va a pasar a Grecia porque lo pagarán varias generaciones de españoles’. Gracias por todo, José Luis». Zapatero se levantó de su silla de militante y recibió los aplausos con una emoción contenida. A su lado, Sonsoles, que fue la que realmente se emocionó, casi al borde de las lágrimas.
El PSOE procedió ayer a la inhumación del zapaterismo sin derramar una lágrima y sin sentimiento de culpa. Una mañana del mismo mes de julio que le aupó hace 11 años al liderazgo en el mismo escenario. «Todos lo amasteis una vez, y no sin causa. ¿Qué razón, pues, detiene ahora vuestro llanto?», decía Marco Antonio a los romanos. La razón en este caso es muy sencilla. Los socialistas han sufrido una regresión a su pasado con muy buena gana. Han arrancado las hojas del calendario hasta regresar a la generación que mandaba hace 11 años. Allí estaba José Bono, el enlace entre una y otra época, para certificar el regreso a las esencias.
El público se rindió ante lo bien que habla Rubalcaba, como los romanos se rindieron ante el verbo de Marco Antonio. El discurso fue bueno, de brillante conferenciante, pero sin emoción, sin autocrítica, sin traspasar la tarima de profesor. Alabaron su afán pedagógico, sus exigencias a los bancos, el abandono de la vieja consigna del miedo a la derecha, su giro a la izquierda después del sufrimiento de las bases con el volantazo reformista de Zapatero.
«La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo antiguo fenece y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos», anotó Gramsci en su cuaderno en una cárcel de Bari. Lo antiguo ha fenecido en el PSOE. Lo nuevo ya veremos si nace después de las generales. En cuanto a síntomas mórbidos, el saludo de Rubalcaba y Chacón fue interrumpido por quienes realizaban la señal que emitían las pantallas del Palacio de Congresos.
El Mundo, 10 de julio de 2011, pág. 6
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