Peña Nieto. La nueva cara del PRI
El partido dominante durante años en México vuelve a pensar en la presidencia de la mano del ex gobernador Peña Nieto.
Hace justo una semana, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) arrasaba en tres elecciones regionales. Aquel “ogro filantrópico” –como dijo Octavio Paz– que durante siete décadas gobernó México y perdió el poder en el 2000, aniquilaba a sus opositores y confirmaba su invulnerabilidad en Coahuila, Nayarit y Estado de México, la estratégica entidad federativa que rodea la capital y alberga la zona metropolitana de la Ciudad de México. Sin duda, la victoria más significativa del viejo partido hegemónico.
Por la magnitud del triunfo (más del 60% de votos yvarias denuncias de juego sucio), y también por el aliento que implica para las aspiraciones políticas del gobernador saliente, Enrique Peña Nieto, candidato in péctore del PRI a las presidenciales del 2012.
El éxito electoral en el Edomex (como se conoce popularmente al estado conurbado a la capital) lo es tanto del PRI como de Peña Nieto, abogado de 45 años, que ha trazado una carrera política meteórica bajo los auspicios de ciertos jerarcas del partido que controlan un feudo de 15 millones de habitantes, casi diez millones de votos y una aportación al PIB nacional del 9%. Denostado por sus adversarios, que lo acusan de haber derrochado cifras millonarias en ampliar y sofisticar las estructuras clientelares del PRI, el telegénico Peña Nieto –que explota sin reservas su relamida imagen de galán de culebrón– calla y espera.
“Ni me encarto ni me descarto”, repite de forma cansina cuando se le pregunta sobre su candidatura presidencial. Las encuestas, sin embargo, le ubican invariablemente en primer lugar y a distancias estratosféricas de sus eventuales rivales del conservador Partido Acción Nacional (PAN, el del presidente Felipe Calderón) y de la izquierda populista del Partido de la Revolución Democrática (PRD, dividido en facciones intestinas).
En sólo seis años y medio, Peña Nieto pasó de ser un diputado local a erigirse en el más serio prospecto a la candidatura presidencial del antiguo partido único, el dinosaurio que sigue estando ahí, agazapado en su trinchera, esperando recuperar el poder. Construyó su plataforma desde el gobierno del Estado de México –gran trampolín con grandes presupuestos–, arropado por caciques priístas locales –entre los que se cuenta el controvertido ex alcalde de Tijuana, Jorge Hank Rohn–y haciendo un uso intensivo de las redes sociales y las más novedosas técnicas del marketing político. Su equipo de asesores también ha exprimido a fondo el lado más rosa de su vida personal; especialmente su reciente matrimonio con la actriz de telenovelas Angélica Rivera, conocida como La Gaviota por el nombre de uno de sus personajes, que en el 2010 se convirtió en su segunda esposa tras la muerte en circunstancias no del todo aclaradas de su primera mujer. En una perfecta carambola, el enlace lo unió igualmente a Televisa, el poderoso grupo mediático donde Angélica desarrolla su estrellato.
Los colaboradores de Peña Nieto sustituyeron hace tiempo los colores de la bandera mexicana distintivos del PRI –que históricamente se apropió de los símbolos patrios– por una marea roja que ahora inunda logotipos e indumentaria de campaña, estéticamente más cercana al chavismo que a la matriz nacionalista del partido que institucionalizó la revolución. Pero, por ahora, no hay razón para pensar en una empatía de ese tipo. Tampoco la hay para pensar en lo contrario. La orientación programática de Peña Nieto sigue siendo una incógnita. “Lo único que podemos decir de él es que es joven y es del PRI”, observa con agudeza la analista Denise Maerker.
- El peso del PRI. Primera fuerza política.
El PRI es la primera fuerza política en México y la de mayor implantación territorial. Gobierna en 19 de los 31 estados que integran la República; tiene 240 diputados federales (el grupo más numeroso de la Cámara Baja) y 33 senadores (la segunda fracción de la Cámara Alta). Desde que lo perdió en 1997, nunca ha vuelto al poder en el Distrito Federal.
La Vanguardia, 10 de julio de 2011, pág. 15
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