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martes, 12 de julio de 2011

"Sudán del Sur soy yo". Antiguos niños soldado y refugiados buscan otra oportunidad en el nuevo país africano

Primer partido de la selección nacional. Un joven sursudanés luce una camisa hecha con la nueva bandera del país, ayer ante el primer partido de su selección nacional de fútbol, contra el equipo de Kenia, en la capital, Yuba

Xavier Aldekoa

Una neblina de polvo y calor se cuela entre las paredes de hojalata y le da un aire de misterio a su expresión. Asusta un poco. Junto a sus pies, reposan dos cervezas de medio litro vacías y tiene otra en la mano. Medio llena. "Tú no eres de por aquí", dice con cierta sequedad. Sólo hay otra persona en una suerte de bar-chabola en un barrio inmigrante etíope junto al aeropuerto de Yuba, así que no hay duda de que se dirige al chico blanco.

"Bienvenido a nuestro nuevo país, gracias por estar aquí", añade. Su tirantez inicial no es impostada. Peter Marial –luego dirá que tiene treinta años– es un tipo duro. A la fuerza. Cuando tenía doce fue niño soldado en Sudán. Como tantos. En agosto del 2006, las Fuerzas Armadas de Sudan (del norte) admitieron que había 19.000 niños soldado en sus filas y Naciones Unidas denunció que en los diversos grupos armados del sur también era una práctica habitual alistar a menores. Incluso detectaron un niño de nueve años en el frente. Según Unicef, del 2001 al 2006 se desmovilizaron 20.000 niños del Ejército de Liberación del Pueblo (SPLA en inglés), las fuerzas armadas del actual Sudán del Sur.

A Marial el final del conflicto le pilló ya mayor. A la cuarta cerveza se le desata la lengua y empieza a recordar. "En el año 1992 me reclutaron. Me llevaron a luchar al bosque y tuve que cuidar de mí mismo. No había mucha comida, pero resistí", señala.

El año en que Barcelona enseñó sus Juegos Olímpicos al mundo, Marial se quedó sin niñez. Al principio no le dieron un arma. Primero debía acompañar a los soldados más mayores que él y demostrar que podía vivir en el bosque.

"A veces estabas varias semanas allí metido, si llovía dormías mojado. Era muy duro, mucho, pero luché por mi país y estoy orgulloso", dice. Después de un tiempo le dieron un fusil y disparó convencido. "Sudán significa tierra de negros, es nuestra tierra. El norte nos ha olvidado; ellos viven en ciudades con edificios altos, coches y calles asfaltadas. En el sur no hay nada. Además, quieren imponer el islam, que no se pueda beber alcohol y esas cosas. Nosotros no somos así, y ahora seremos libres para ocuparnos de nosotros mismos", explica. No dejó las armas hasta el año 2005, cuando el acuerdo de paz empezó a cerrar algunas heridas.

–¿Entraste en combate? –pregunto con ingenuidad.

–Claro, varias veces –contesta.

–Debe ser duro disparar a alguien...

–No.

Marial es amable pero rehúye las preguntas incómodas sobre el pasado con frialdad. Prefiere hablar del futuro. En realidad, luchó toda su vida para poder soñar con ello.

Como Marial, tras veintiún años seguidos de guerra civil, en la que hubo más de dos millones de muertos y cuatro millones de desplazados –que se suman a otras dos décadas de conflicto, iniciado un año antes de la independencia del Reino Unido, en 1956–, Sudán del Sur ya ha tendido suficiente pasado oscuro.

Marial empezó a estudiar enfermería hace cinco años. Se quiere pasar al otro bando. "Cuando el país estaba en guerra, yo luché. Ahora hay paz y libertad y me gustaría ayudar a curar a la gente. Antes vivía cerca de la muerte y ahora, cerca de la vida. Sudán del Sur es un país de gente como yo. Nosotros somos este país", asegura.

- El regreso de los niños perdidos.

No todos lucharon cuando estalló la guerra en Sudán. A la vuelta de una calle sin asfaltar, Matur Makur mata el tiempo entre risas con tres amigos. Los cuatro llegaron a Yuba hace sólo un mes. Los cuatro fueron niños refugiados. Con seis años, Makur huyó de la capital sursudanesa cuando la guerra se acercó demasiado. Sus padres vivían en la aldea y él había ido a probar suerte a la ciudad. Se fue para evitar que le alistaran. “Me escondí en los bajos de un camión y pasé la frontera a Uganda y luego Kenia. Sin comida. Fue peligroso”, dice. Pasaron cinco años en campos de refugiados pero con la independencia han decidido volver. “Hemos venido para ver cómo está la situación. Queremos encontrar trabajo. Si lo conseguimos, diremos a nuestras familias que vengan”. De momento el trabajo se les resiste. “La independencia nos traerá alguna oportunidad, seguro”, dice. Desde el acuerdo de paz del 2005, la población de Yuba se ha triplicado: roza el medio millón de habitantes.

- “Hay otro foco de violencia, ahora contra la etnia nubia”.

M. Paz López

El misionero comboniano español Jorge Naranjo alerta de “otro foco de violencia, ahora contra la etnia nubia”, en curso desde inicios de junio en el estado de Kordofan del Sur, en zona norsudanesa limítrofe con el ahora independiente Sudán del Sur. En Kordofan viven negros nubios, “que en la guerra lucharon junto a los sursudaneses; los nubios son abiertos; los hay cristianos y musulmanes, incluso en una misma familia, y se oponen a implantar la charia islámica”, explica Naranjo, en Madrid para curarse de tuberculosis. Lleva desde el 2008 en la periferia de Jartum, capital norsudanesa.

A las elecciones a gobernador en Kordofan concurrían un candidato del partido norteño y otro nubio pro-sureño; “parecía lógico que ganara el nubio, pero ha salido el del norte, lo cual es muy sospechoso”, afirma Naranjo. El ganador ha sido Ahmed Haroun, que fue brazo derecho del presidente norsudanés, Omar Hasan al Bashir, en los crímenes en Darfur; ambos son reclamados por el Tribunal Penal Internacional.

En Kordofan, soldados gubernamentales del norte –el norte es de mayoría árabe islámica– están atacando a los nubios, sean cristianos o musulmanes. “Ha habido bombardeos, los nubios son acosados, los cristianos huyen al sur, ha ardido la catedral anglicana de Kadugli, capital de Kordofan... Y se habla de 40.000 desplazados, pero podrían ser muchísimos más”, enumera Naranjo.

Hay 90 combonianos en los dos Sudán; tres de ellos son españoles, de los cuales uno es mujer. Tienen el apoyo de la entidad Ayuda a la Iglesia Necesitada.

La Vanguardia, 11 de julio de 2011, pág. 10

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