Blog MÁS QUE NOTICIAS

miércoles, 13 de julio de 2011

Y en el Nilo quedó el sueño. Tombe lo dejó todo por Sudán del Sur; seis meses después, vive en una chabola

Xavier Aldekoa

Este reportaje empezó hace seis meses y dos días. Entonces, Franco H. Tombe era un tipo cargado de proyectos que hacía planes junto al puerto de Juba, a la orilla del río Nilo. Pese a llevar clavado en los riñones un viaje en barco de 14 días junto a su mujer e hijos, el pasado enero Tombe contagiaba optimismo en cada respuesta. “Con la independencia habrá más oportunidades, por eso empaqueté todo lo que tenía y he venido aquí para empezar una nueva vida”, aseguraba justo antes del referéndum por la secesión. Ayer, una muñeca rota apuntaba dónde se habían quedado esos sueños. El juguete, abandonado en el suelo de una choza de barro, con el vestido sucio y sin que nadie le prestara atención, era un estado de ánimo.

Desde octubre, 309.000 personas han viajado del norte al sur de Sudán atraídos por las promesas de oportunidades que debía traer la independencia. Pero la alegría general por la libertad, que es mucha, también tiene sombras. En la capital, que ha triplicado su población desde el 2005, crecen los barrios de chabolas.

“Ya es tarde para volver”, se resigna Tombe. Su voz ya no desprende la euforia de principios de enero, salvo por un instante: “La semana pasada nació mi cuarto hijo”. En realidad son seis porque cuando dejó Soba, a las afueras de Jartum, donde trabajó cinco años como logista y operador de radio, se hizo cargo de dos hijos de una hermana. Licenciado en Filosofía y trilingüe, no llegó a Juba empujado por la desesperación. “Vine por la emoción de la independencia, pero antes vivía en una casa con electricidad y varias habitaciones. Ahora no puedo pagar la escuela de mis hijos, eso es lo que más me preocupa”. No encuentra trabajo aunque echa currículum sin parar. El enchufismo que practica la nueva administración –sólo dan trabajo a los de su etnia, principalmente la dinka– es una queja repetida. “Tengo la esperanza de que algún día me llamen. Pero aparte de esperanza, no tengo mucho más. Rezo mucho”, admite. Subsisten porque su mujer, Cristen, de 26 años, vende huevos y pan en el mercado y con eso juntan lo imprescindible para comer y pagar los 20 dólares mensuales de alquiler. No da para muchos lujos: una choza de adobe y techo de paja en el oeste de Juba en la que se apiñan dos camas, tres sillas y un par de maletas llenas de ropa. Tombe ha construido una letrina a unos metros de la cabaña y consigue agua de un pozo cercano. Por las noches no es un barrio recomendable.

El cambio de vida ha sido radical: “No tiene nada que ver con nuestra vida anterior. ¿Si me arrepiento de haber venido? Sí, pero los gobernantes y medios de comunicación decían que viniéramos al sur, que ayudáramos a construir la nueva nación y me lo creí. Quizás ahora que ya han acabado las celebraciones de la independencia sí sea verdad que haya oportunidades para todos”.

El sábado, cuando gran parte de la ciudad seguía la ceremonia de la independencia, a Tombe no le quedaban ganas de fiesta. Lo escuchó por radio y se quedó con su mujer, aún convaleciente por el parto. El niño duerme debajo de una mosquitera al lado de una montaña de ropa y una radio vieja desenchufada. Tombe ha pedido a unos amigos que le guarden algunos trastos que no cabían en su pequeña habitación circular.

Y ese detalle deja entrever que no se piensa rendir. “Encontraré un trabajo tarde o temprano, tengo estudios y experiencia laboral. Pronto las cosas nos irán mejor”, dice. Sólo flaquea un poco su ánimo cuando su hija de cuatro años le pregunta por qué no vuelven a su casa. Su mujer no dice nada. Cruza las piernas sobre la muñeca rota, que sigue en el suelo, y aviva las brasas de una olla.

Cuando los silencios anuncian la despedida inminente, Tombe abre una carpeta y saca un folio planchado con su currículum escrito en ordenador. “También tengo conocimientos de informática... quizá tú... puedo trabajar de lo que sea”.

- Futuro. No hay colegios para todos.

El retorno de familias al sur ha desbordado los colegios. Aunque el colapso parte de una buena nueva –el número de alumnos se ha triplicado en seis años–, la llegada de miles de sursudaneses evidencia la falta de infraestructuras. En el centro de la ciudad, la Yuba School Day está desbordada con 736 alumnos: 199 han llegado de Jartum este año. La Unesco pidió hace 15 días a la comunidad internacional que actúe con urgencia.

La Vanguardia, 12 de julio de 2011, pág. 9

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio