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sábado, 6 de agosto de 2011

Con viento sur. El verano de Almudena Grandes en Rota (Cádiz)

Daniel Pérez
Almudena Grandes encontró en Rota, y en sus playas, un lugar en el que poder desconectar de una parte del mundo para poder conectar con la otra: la familia, los amigos, los sabores...

La escritora ha convertido la casa que comparte en Rota con Luis García Montero en punto de encuentro de escritores, artistas y músicos. Fue el último retiro del poeta Ángel González y Sabina siempre saca tiempo para visitarles.

"¿Cómo funciona el viento?". Almudena Grandes no se pregunta por las leyes físicas, por las altas y bajas presiones, por los desplazamientos casi arbitrarios, imprevisibles, de las masas de aire. Su mirada de escritora reparó enseguida, cuando pisó Rota, al Sur del Sur, en que para los 'nativos' el viento (los vientos) era mucho más que un fenómeno atmosférico, una geografía absurda y dispersa de flechas y banderines sobre el mapa de la provincia. "Los gaditanos mantienen una relación con ellos parecida a la de los antiguos griegos con sus dioses". "Saben que su vida inmediata depende de si hay levante, poniente o viento del sur; planifican lo que pueden o no pueden hacer en función de cuándo y cómo sopla". Abren una ventana y el viento les dice si toca tender la ropa o salir a la playa; si es húmedo, picajoso, cortante o seco; si conviene orear la casa, o es mejor blindarla para que la arena no se esconda en los rincones, fastidie los electrodomésticos y chirríe en las baldosas.

"¿Cómo funciona el viento?", le insistió entonces Almudena Grandes, hace ahora quince años, al escritor Felipe Benítez Reyes, cuando se planteó buscar un refugio en Rota, un lugar en el que poder desconectar de una parte del mundo para poder conectar con la otra, la de la familia, los amigos, la cocina pausada, los paseos interminables y la lectura ociosa bajo la sombra de las buganvillas. Y Benítez Reyes, educado involuntariamente en ese cuerpo de normas, le habló de los vientos que vienen de cara, de los que traen el calor o te pegan la ropa, de los 'diablillos' mareados y de las variaciones nocturnas. "Desde fuera", admite Almudena, "me pareció complejo y fascinante". Tanto que sumó los pros, ignoró los contras y se compró una casa en la Bahía, al borde del océano, con una terraza pequeña, cercada de medios muros, para que no se le colaran sin aviso las rachas de levante.

"Tengo asociada mi llegada a Rota con los inicios de mi vida junto a Luis". (Se refiere a su pareja, el poeta García Montero). "A él no le gusta la playa, pero aceptó. Así podría irse a leer el periódico y a charlar con Felipe (Benítez Reyes)". Ese verano fue el verano del descubrimiento, el tiempo en el que confirmó que Cádiz "Encierra su propio universo literario", a la vez que iba marcando los pasos, las paradas, de su nueva rutina diaria: la compra en la plaza (las verduras frescas, directamente traídas desde la huerta, sin plásticos ni frío, la fruta y los pescados), el paseo al atardecer por la zona de la almadraba, el rato largo de nado hasta la boya, las escapadas a Punta Candor... "Sigo haciendo las mismas cosas que hice en esos primeros días, aunque ahora también me gusta recorrer el caso antiguo del pueblo y pasar, si puedo, a través de esas casas con dos puertas que te llevan de una calle a otra".

Para la escritora, Rota mantiene el encanto de una "ciudad relativamente pequeña", aunque con la particularidad de que la base militar norteamericana le ha brindado un punto "exótico y cosmopolita". Es posible toparse, antes de que en temporada alta lleguen las hordas de veraneantes que desdibujan el perfil de la población natural, con una mezcla un tanto extraña: la de los andaluces de aquí, morenos, afilados, reconocibles, que comparten tiendas, bares y plazas con los marines de la USA Navy, altos y rubios, chicanos y negros, pero también con los africanos que han sorteado el Estrecho para componer un paisaje privilegiado y mestizo, singular incluso dentro de la Bahía. "Me acuerdo de Rota cada vez que escucho a algún teórico decir que en Europa ya no hay sitio para la novela porque por aquí no ocurre nada, que todo es homogéneo y predecible".

Almudena Grandes y Luis García Montero fueron los primeros en elegir Rota, pero detrás vinieron algunos de sus amigos. Con el gaditano Felipe Benítez Reyes como guía y al amparo del "patriarca" José Manuel Caballero Bonald, a la pareja de escritores se sumaron Benjamín Prado, Ángel González o Joaquín Sabina. "Nos han bautizado como el grupo de Rota", bromea Grandes, sobre todo a raíz de que compartieran veladas literarias en la zona.

La tradición obliga a brindar con oloroso a la salud de Caballero Bonald, el escritor jerezano que veranea en Sanlúcar desde que era un niño, y por cuya fundación pasan cada vez que tienen un nuevo libro que presentar. También que cocine para el grupo Almudena Grandes, y que Prado y Benítez Reyes den el visto bueno en la terraza a sus recetas, alguna de las cuales aparecen después en novelas como 'Inés y la alegría', en ese trasiego constante de materia que se da entre la realidad y la ficción cuando los escritores tiran de la vida para construir ese otro mundo en el que luego tienen que crecer sus personajes.

Benjamín Prado ya era asiduo del Sur desde que su pasión por Alberti le llevó a viajar asiduamente a El Puerto de Santa María, Ángel González pasó algunos de sus últimos veranos en la casa de García Montero (que después noveló su biografía), y Joaquín Sabina se acerca a Rota cuando su agenda de 'bolos' se lo permite. En los reencuentros no perdonan la tertulia sin hora, ni el almuerzo en el restaurante El Embarcadero, aunque la Tasca Tirapu sigue siendo el rincón en el que el grupo celebra sus momentos "más crápulas".

A base de insistirle a Felipe Benítez Reyes, preguntar a los 'nativos' de la zona y probar en su piel, verano tras verano, los efectos del viento, Almudena Grandes ya se atreve a hacer sus propios diagnósticos al respecto. Conoce ("más o menos como la gente de aquí") las leyes del levante, los rigores del poniente, y hace planes según se muevan las hojas de las palmeras. Logró acceder a ese "misterio de la Bahía" y reveló el secreto en un libro intenso, duro y cambiante, en el que late Cádiz. Se llama (no podía ser de otra forma) 'Los aires difíciles'.

"Me gusta recorrer el casco antiguo del pueblo y pasar, si puedo, a través de esas casas con dos puertas que te llevan de una calle a otra", dice la escritora que en esta imagen posa en un patio andaluz

Ideal, jueves 4 de agosto de 2011, págs. 56-57

1 comentarios:

  • A las 26 de agosto de 2011, 10:47 , Anonymous Anónimo ha dicho...

    ¡Qué exageración! Ángel y yo, en los últimos años, pasábamos unos cuantos días en Rota, 4 ó 5, igual que en muchos más lugares a lo largo del verano, nada más; pero retiro o veranos enteros, nunca. Susana Rivera, mujer de Ángel González

     

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