El traspaso de poderes en 1996. Cristóbal Montoro, Ana Pastor y Federico Trillo (PP): "Sólo vimos en los cajones un agujero de 200.000 millones"
El nuevo presidente del Gobierno entró aquel día de la primavera de 1996 en el que sería su despacho privado durante los siguientes ocho años sin más compañía que tres personas que le seguían de cerca: su esposa, Ana Botella, y sus dos más directos colaboradores: su director de Comunicación, Miguel Angel Rodríguez, y su jefe de gabinete, Carlos Aragonés.
José María Aznar se sentó ante la mesa que había sido de Felipe González los trece años anteriores y abrió sus cajones. Como esperaba, estaban vacíos, excepto uno de ellos, que contenía un papel donde estaba escrita una clave. Supuso que sería la combinación de la pequeña caja fuerte que, ya le habían advertido, se encontraba empotrada en la estantería colocada a la espalda de su sillón. Entre la muda expectación de los presentes, Aznar marcó los dígitos correspondientes y esperó. La caja se abrió sola. Como si fuera una premonición de lo que unos días después sus ministros hallarían al poco de tomar posesión de sus respectivos departamentos, su interior no contenía absolutamente nada.
«En cambio, en el Gobierno, nos encontramos un déficit oculto de 200.000 millones de las antiguas pesetas, que ¡menuda gracia nos hizo en unos momentos en los que teníamos que cumplir con los criterios de convergencia que nos exigía la Unión Europea!», recuerda quien unos días después tomó posesión del cargo de Secretario de Estado de Economía, Cristóbal Montoro. «200.000 millones en el cajón, que se dice pronto. Un 1 por ciento del PIB sin pagar por parte de los ministerios más inversores y, peor aún, sin contabilizar», insiste quien ahora es responsable del equipo económico del PP a las órdenes de Mariano Rajoy.
- Traspaso de ida y vuelta.
Bien es cierto que en el aspecto formal, el traspaso de poderes de socialistas a populares fue «modélico» y «sin problema alguno», recuerdan ahora los colaboradores de entonces de Aznar y tres de sus ministros a los que ABC reunió esta semana para hablar de cómo vivieron aquellos momentos y cómo, de nuevo, la entrega del mando de un Gobierno popular a otro del PSOE cuando en 2004 ganó las elecciones José Luis Rodríguez Zapatero: Cristóbal Montoro, que como secretario de Estado de Economía vio a su jefe, Rodrigo Rato, recibir la cartera de la Vicepresidencia Económica de Pedro Solbes y devolvérsela ocho años después; Ana Pastor, la política que más sabe de ese tema después de haber hecho cinco traspasos de poderes en ese tiempo, y Federico Trillo, que tiene a sus espaldas la experiencia única de haber entregado a su sucesor, José Bono, suficientes documentos sobre el accidente del Yakolev como para que Bono casi se lo llevara por delante.
Volviendo a La Moncloa aquel 5 de mayo en el que un Aznar que acababa de jurar su cargo ante el Rey se encontró solo ante la caja de caudales vacía. Lo siguiente que hizo, recuerdan sus colaboradores, fue almorzar con ellos y su esposa en el comedor de la residencia privada, decorado muy formalmente con mesa, sillas y aparador del Patrimonio del Estado, colocados para rellenar el hueco dejado por la mesa de billar del presidente saliente. Los González tuvieron por costumbre comer cada uno en su habitación, sin más preámbulos que descolgar el teléfono y pedir al servicio lo que deseaban. Los Aznar se llevaron enseguida la mesa del comedor de su vivienda particular para almorzar y cenar en familia.
Ana Botella pidió que se le instalara una pequeña cocina en la planta de la residencia con nevera y microondas para que sus hijos se pusieran la merienda o tomaran un refresco sin molestar al servicio. También organizó un menú único diario para todos ellos y los altos cargos de La Moncloa, que enseguida fue muy contestado por el vicepresidente Álvarez Cascos, nada satisfecho por tener que almorzar los arroces, los filetes bien pasados y el helado de café que constituían la comida favorita de su jefe.
Este, que incluso después de haber ganado las elecciones había manifestado su intención de vivir en su residencia particular, acabó cediendo a la mudanza por motivos de seguridad; sin duda resultaba difícil de olvidar que tres años antes ETA había intentado matarle con un coche bomba. Así que, después de un primer almuerzo en La Moncloa, se fue a recorrer los jardines en los que aún permanecían en pie varias hileras de casetas en las que Felipe González cuidaba y exhibía sus bonsáis, ya desaparecidos y en los que descubrió también la pista de tenis que mandó construir Adolfo Suárez, que en seguida pensó en adaptar para jugar al pádel. Aunque, a la vista de la herencia económica recibida, tardó tiempo en conseguir que algún amigo, en ese caso el tenor Plácido Domingo, corriera con los gastos.
La crisis económica en general y el descontrol del gasto público en particular que el primer gobierno del PP había heredado se hicieron sentir incluso dentro de las paredes de La Moncloa a las pocas semanas de la llegada de sus nuevos inquilinos. Fue en el primer almuerzo oficial que se ofrecía, cuando los Aznar observaron cómo los camareros cometían una serie de incorrecciones al servir la mesa, como la de llenar las copas de vino hasta sus bordes. Una pesquisa posterior les reveló el descontento del personal de servicio por haber cobrado únicamente sus escasos sueldos oficiales a primeros de mes, sin la compañía del correspondiente sobre con dinero en metálico a cargo de los fondos reservados que tenían por costumbre recibir como suplemento. Para arreglarlo, el Gobierno tuvo que aprobar en Consejo de Ministros un crédito extraordinario para ampliar el Presupuesto de la Moncloa de ese año, que ya se había agotado.
Pero para entonces, lo de las copas llenas y el sobresueldo de los camareros era la menor de las preocupaciones de Aznar, que ya estaba alertado de los 200.000 millones de pesetas sin contabilizar que había encontrado el equipo económico dirigido por Rodrigo Rato y la práctica quiebra de la Seguridad Social de la que dio la voz de alarma el ministro de Trabajo, Javier Arenas, que se confesó incapaz de abonar la siguiente paga extra a los pensionistas, para lo que el Ejecutivo tuvo que recurrir a un crédito mucho mayor que el de los camareros.
- Quiebra en la Seguridad Social.
«Solbes nos acusó entonces de exagerar, negó lo de los 200.000 millones y dijo que lo único que tenía la Seguridad Social era un problema de liquidez —rememora Montoro—. Pero los 200.000 millones de pesetas estaban ahí, sin pagar y sin contabilizar. Y la Seguridad Social estaba en situación de quiebra por el grave desequilibrio entre el número de cotizantes y el de beneficiarios». En el año 96, efectivamente, había 1,3 ocupados por cada jubilado; cuando el PP dejó el poder, ese ratio era de 2.
De hecho, Montoro rehuye hablar de cifras de paro al establecer la comparativa de lo que los gobiernos de Aznar heredaron y dejaron en herencia, aunque esa tasa bajó del 23 al 11 por ciento. «Lo importante —dice— es recordar que cuando llegamos el número de cotizantes a la Seguridad Social era de 12,5 millones y cuando nos fuimos, de 20,5 millones. Y que ningún país ha creado ocho millones de puestos de trabajo en ocho años». Antes de recibir cualquier objeción, el actual responsable de temas económicos del PP se cura en salud: «Y que no me digan, ¡que ya está bien! que aquello se debió al boom de la construcción. La construcción solo ha representado un 20 por ciento».
«Nos fuimos porque perdimos las elecciones. Pero nosotros les dejamos las cuentas muy claras; ni un agujero, ni un euro de deuda. No pidieron nada a mayores», enfatiza Ana Pastor, que si se midiera en el Guinness a los políticos españoles que más traspasos de poderes han llevado a cabo ganaría el primer premio, solo empatada por su sempiterno jefe, Mariano Rajoy, de la que fue número dos en Administraciones Públicas, Educación y Cultura, Interior, Presidencia y la Vicepresidencia Primera, «sin que de ninguno de esos departamentos —quiere recordar— haya dicho una mala palabra o señalado una cifra inadecuada el Tribunal de Cuentas».
- Zapatero no hizo caso.
Al final de su mandato cuando ya fue por sí misma ministra, de Sanidad, Ana Pastor recibió una llamada de quien iba a ser el presidente de Gobierno, Zapatero, para anunciarle que ella sería sustituída por Elena Salgado y pedirle la máxima colaboración en el traspaso de poderes. Así que Pastor volvió a elaborar carpetas con presupuestos aprobados, decretos pendientes de ejecución y órdenes ministeriales a medio elaborar y cumplió su misión.
También Federico Trillo, a la sazón ministro de Defensa, recibió llamada de Zapatero, pero distinta: «Me pidió mi opinión sobre el perfil de mi futuro sucesor y yo le recomendé que buscara a alguien que conociera esa casa, hablara inglés y tuviera un perfil político bajo para que no le machacaran como a mí». Trillo comprendió su escaso predicamento sobre el nuevo presidente cuando este anunció al día siguiente el nombramiento de José Bono, que no cumplía con ninguno de sus requisitos.
Al traspasarle el poder, Trillo, que cedió a Bono hasta las instalaciones privadas del ministerio una semana antes de su toma de posesión, le hizo mucho hincapié en la necesidad de ayudar al máximo a las víctimas del Yakolev, para lo que le dejó perfectamente ordenados 4.000 folios de documentos sobre el caso en una estantería habilitada en su antedespacho. Documentos que Bono utilizó siendo ministro para perseguir en los tribunales a varios colaboradores militares de Trillo. Y a éste, porque no pudo. Fue el peor de los ejemplos de cómo traspasar el poder de un gobierno a otro, que quizás sea el momento de recordar cuando parece inevitable en el horizonte una próxima cesión de los trastos de gobernar del PSOE al PP, nuevamente.
—¿Tiene miedo de encontrarse con otro déficit oculto?— es la pregunta para Cristóbal Montoro.
—No es miedo, es certeza. Y no lo digo yo, me lo dicen los proveedores. Cada vez que acudo a hablar ante algún foro económico, en cuanto llega el turno de preguntas me comienzan a contar lo que la Administración les debe y no les paga. Así que me temo lo peor.
- La «bodeguiya» y el pádel.
Felipe González y José María Aznar mantuvieron dos entrevistas para formalizar el traspaso de poder presidencial. Entre ellos nunca hubo química alguna, ni con el uno ni con el otro en la presidencia del Gobierno. Eran y son dos personajes muy distintos, con dos maneras diferentes de entender la política. El primero abierto, dicharachero, seductor, intuitivo; el segundo austero, de pocas palabras, introspectivo. Como si fueran dos clichés de las virtudes y los defectos que se atribuyen a un andaluz y un castellano. González despreció durante años la figura de quien fue líder de su oposición; éste jamás se fió de su antecesor. En la Moncloa llevaron vidas muy distintas: el primero disfrutaba de interminables veladas rodeado de muchos amigos en la «bodeguiya» de azulejos sevillanos que se hizo construir en un sótano; al segundo le gustaba madrugar para hacer abdominales y correr por los jardines, compartir sobremesa con su familia y, en muchos de sus ratos libres, jugar al pádel. El presidente socialista mandó retirar la mesa de comedor de la vivienda para colocar en su lugar una mesa de billar; el popular, hizo colocar la mesa y llenó el comedor de estanterías para sus libros.
http://www.abc.es/20110626/espana/abci-montoro-mato-trillo-deficit-201106260219.html